LOS CUATRO PASOS Y LOS SIETE NIVELES

Bismillah

En el Nombre de Allâh, la Realidad tiernamente Misericordiosa, Infinitamente Compasiva

Shêij Nur al Anwar al Jerrahi

Mi responsabilidad principal en la orden de los derviches Jalveti-Jerrahi consiste en dar la iniciación e interpretar los sueños. Ciertos sueños indican sutilmente el permiso divino para recibir la iniciación y avanzar a nuevos grados sobre el camino místico caracterizado por nuestro fundador Jazreti Pir Nureddín Jerrahi (a.s.) por medio de veintiocho de los sublimes nombres de Allâh. Para cerca de cuatrocientas órdenes místicas del Islam, el camino espiritual se caracteriza sobre todo por ocho nombres divinos, a veces por doce, rara vez por dieciocho. El hecho de que Pir Nureddín seleccionara veintiocho indica que él puso el sello divino sobre la plenitud del camino místico del Islam.

En la orden Jerrahi, más que una serie de iniciaciones sucesivas como las prescritas en ciertas otras órdenes, hay una iniciación principal que ofrece todas las bendiciones del camino. Esta ceremonia no es secreta. Con frecuencia se realiza en presencia de los visitantes a la tekia, el lugar sufi de reunión. Hasta el presente he conducido este rito de entrada para más de quinientos aspirantes sinceros, de manera que se ha vuelto casi tan natural para mí como la respiración. Es siempre una experiencia conmovedora para la comunidad como un todo, así como para mí, el iniciado y los hermanos o hermanas, que se colocan a ambos lados del nuevo derviche, entrelazando los brazos y ayudándole a dar los cuatro pasos supremos.

«Tomar la mano» significa iniciarse, porque místicamente se reproduce el acontecimiento histórico en la vida del Profeta, en donde algunos de sus compañeros, leales hacia el modo sagrado de vida, estrecharon ceremonialmente su mano derecha, para señalar la intensificación de su entrega, compromiso y de su intimidad. Este acto de «tomar la mano» crea un lazo espiritual con el amado Mohámmad —la paz sea con él— más allá y por encima del respeto y la lealtad experimentada por los musulmanes devotos hacia su noble Profeta. La mano derecha que se tiende y se recibe es, en última instancia, la mano derecha del Profeta. La mano derecha del Shêij es simplemete un conducto.

Debido a la tradicional cortesía islámica, las mujeres que se inician usualmente no sujetan la mano del Shêij, ambos toman el mismo hilo de cuentas de oración. Se empieza por informar al nuevo iniciado que esta ceremonia es una coronación mística. La corona de luz que normalmente recibe el alma en el Paraíso le es conferida aquí en la Tierra. Quienes tienen el don de Allâh de la visión espiritual pueden percibir la luz, y hasta una corona de luz, descendiendo sobre la cabeza del nuevo derviche en un momento determinado de la ceremonia. Puesto que la corona del Paraíso sólo puede ser otorgada en el Paraíso, la conciencia paradisíaca debe estar plenamente presente durante esta iniciación. La corona es simbolizada por el regalo de un gorro blanco a los hombres y un velo blanco o de color a las mujeres.

El recibir esta corona espiritual nos capacita para experimentar la conciencia del Paraíso aquí y ahora, durante las oraciones y aun durante las luchas de la vida diaria. Los derviches iniciados pueden ahora transmitir por lo menos un vislumbre de esta conciencia jubilosa y profunda a las personas amadas y amigos, no en forma verbal sino directamente, elevando así a toda la humanidad. Los derviches no buscan su propia bienaventuranza espiritual; están claramente motivados por el anhelo de servir a sus semejantes.

El Shêij da ahora la señal para que los derviches experimentados ayuden al iniciado a dar el primer paso, comenzando con el pie derecho. Se da el saludo islámico de paz, salam aleikum, y el Shêij da al iniciado la bienvenida a la dimensión de la sharí’a, la profundidad de la Ley Sagrada. Le recuerdo en este exaltado nivel que la sharí’a es esencialmente la repetición de la afirmación de la unidad lá ilájha il-Allâh —externa e internamente, verbal y no verbalmente— con cada respiración, cada paso, cada intención, cada percepción. Desde este pilar primordial del Islam, proclama de la unidad, los otros cuatro derivan. Recuerdo al aspirante que la sharí’a es la vía sagrada de la oración constante, y el deleite en la oración, el camino sagrado de actos incesantes de generosidad y amabilidad para con todos los seres, como una sola familia de conciencia; el sendero sagrado del ayuno —no sólo la abstinencia de la comida y la bebida, desde antes del alba hasta el ocaso, durante el mes santo de Ramadán, sino el abstenerse en todo momento, despiertos o dormidos, de toda conceptualidad y emocionalidad limitadas.

Finalmente, la sharí’a es la peregrinación, no sólo hacia la Kaaba terrenal, en la noble ciudad de Meca, sino la permanencia constante en el estado abierto y rendido de un peregrino al acercarse a la verdadera Kaaba, el corazón secreto de la humanidad, en donde se esconde —oculto de la mirada convencional del mundo— el diamante de la esencia divina. Este primer paso —la sharí’a— evidentemente no es nada más para principiantes, ni tampoco se deja atrás al dar los tres pasos siguientes.

Una vez más, el Shêij da la señal y el proceso se repite, al ser recibido el aspirante en la taríqa. Este es el escarpado sendero ascendente mencionado en el sagrado Corán, el camino en espiral que asciende y atraviesa los siete niveles de la conciencia. Es el camino de la purificación profunda, de los sueños místicos y su inspirada interpretación, el camino del alboroto gozoso y la dulce compañía de los derviches amantes de la Verdad. La táriqa es el árbol místico —siendo el bienamado Profeta la raíz que se extiende horizontalmente dentro del corazón de la humanidad, y el sublime Alí el noble tronco vertical de trascendencia. Las ramas mayores que otorgan sombra bendita son los fundadores de linajes iniciáticos, y las ramas menores son sus herederos y herederas, los Shêijs y Shêijas. Las flores de todos los colores y fragancias son los innumerables derviches. Los frutos son el amor y la sabiduría. La savia de este árbol es el éxtasis de la unión conciente con la Realidad.

A la indicación del Shêij, el aspirante da el tercer paso a la jaqíqa, la cumbre de la montaña de luz. Aquí el camino desaparece en la verde pradera ilimitada de la Verdad. Se pide al aspirante y a la comunidad entera, que sigue totalmente concentrada durante la ceremonia, que vean con los ojos del corazón. Ahora se percibe sólo un océano de luz sin riberas, sin ninguna división, sin superficie ni profundidad. Este océano de luz divina no es plácido, siempre está lleno de olas gigantes de amor divino. Se pide entonces al aspirante enfocarse en los ojos mismos del corazón, para percibir que ellos también están constituidos de Luz Divina. Este es el misterio de Núrun ‘ala nur, la luz de Allâh dentro de la luz de Allâh.

Por cuarta vez, el Shêij amorosamente hace la indicación, y el nuevo derviche da el paso final hacia la preciosa piel de oveja extendida frente al representante de la alcurnia profética, sentado sobre sus rodillas. Este nivel, el marífa, el valeroso descenso del alma del derviche de la montaña de la luz hacia el valle del sufrimiento humano, de la lucha sagrada, mientras el ser realizado retiene perpetuamente la unión conciente con la Verdad, característica del tercer paso. Esta culminación de la sabiduría es el convertirse en polvo bajo los pies de la humanidad. Marífa es el servicio desinteresado a la humanidad y a la creación como un todo, en total coincidencia con la enseñanza del amadísimo Jesús, la paz sea con él, cuando lavó los pies a sus discípulos en la Última Cena, abriendo así sus corazones e iluminando sus mentes. Las manos del ser derviche se convierten en Rajmán y Rajim, divina Compasión y Misericordia. El corazón del nuevo derviche se transforma en justicia y amor divinos. Su respiración se transmuta en la vida divina. Sus ojos perciben sólo la belleza divina, su mente opera sólo con la claridad divina y por el principio de la Unidad Divina.

El protector y guía especial para la sharí’a es el amado Moisés; para el camino del taríqa, el amado Jesús; para el estado del jaqíqa el amado Abraham; y el guía del marífa es el Sello de los Mensajeros, el dispensador de la Luz de la Profecía para todos los corazones, el bienamado Mohámmad Mustafá, la paz sea con él. En cada uno de los cuatro pasos se experimenta una energía espiritual distinta.

En este punto de la ceremonia, el iniciado se arrodilla frente al Shêij, rodilla con rodilla. La mano derecha, o las cuentas de oración, se sujetan con firmeza y el Shêij ora a la inconcebible misericordia divina que desciende siempre como una lluvia invisible sobre el planeta y sobre el corazón humano, para que se haga visible a los ojos del corazón, limpiando todo el ser del iniciado de cualquier resto de malentendido o entendimiento parcial que nos haya sido impuesto desde la infancia por la sociedad limitada o a partir de las estructuras convencionales del yo limitado. El Shêij ora para que hasta la más ligera sombra de negación del amor sea barrida del corazón del aspirante y sea colmado por entero de luz divina. Juntos, el nuevo derviche y los derviches experimentados que lo acompañan, con el Shêij y toda la comunidad repiten once veces la frase en árabe Astágfiruláh que tiene la virtud de abrir el corazón al poder del perdón divino.

Cada vez que el Shêij da la bienvenida a un nuevo derviche a los cuatro pasos, rezando por él, sus palabras se convierten en energía divina que se despliega, a través de los ojos del corazón, precisamente lo que es recitado o descrito, no como una mera abstracción o un deseo piadoso, sino como realidad viva.

Esta es la réplica sacramental del misterio de la creatividad divina descrito en el sagrado Corán: Allâh el Altísimo con sólo invocar la palabra de poder «Sea» hace que cualquier cosa que Él quiera aparezca instantáneamente y sin esfuerzo alguno.

En este punto, en la antigua ceremonia de «tomar la mano», se entona el canto melódico del pasaje coránico que describe el acontecimiento original ocurrido en el desierto de Arabia. Interpreto a continuación las palabras divinas al nuevo derviche como sigue: «Cuando los amantes del amor unieron el lado derecho de su ser con el Profeta del Amor, la paz sea con él, la mano derecha de la Presencia Divina descendió sobre ese lazo. Así, Allâh confirma la promesa original hecha al noble Adán, pasando en una ininterrumpida corriente de luz a través de los ciento veinticuatro mil profetas hasta llegar al bienamado Mohámmad de Arabia, y transmitida desde él a lo largo de catorce siglos de guías místicos. Esta es la promesa de unión del alma con su Señor en la alcoba nupcial del amor divino, la promesa de que aún los velos, que se llaman alma y Señor, se desvanecerán en la realización de la identidad suprema». Agrego que aquí y ahora, mencionando el año y lugar, ante la mirada de estos honorables testigos, esta divina promesa, válida hasta el fin de los tiempos, se confirma una vez más.

Ahora la afirmación de la Unidad Lá ilájha il-Allâh se repite siete veces junto con el Shêij y el aspirante, una vez por cada nivel de conciencia; la séptima repetición ocurre en el nivel espiritual donde sólo la conciencia divina existe. El Shêij concluye la séptima afirmación con Mohámmad ar Rasulu-láh —Mohámmad es el Mensajero de Allâh— y la comunidad derviche comienza a cantar con una hermosa melodía tradicional, el llamado de la trascendencia divina, Alájhu ákbar, la afirmación de la Unidad y los saludos al Profeta. El Shêij ahora hace entrega del gorro blanco o el velo consagrándolo tres veces con el noble beso, tocándolo con los ojos y la frente, y ofreciéndolo luego al derviche que lo recibe en la misma forma. Asimismo pone las tradicionales cuentas de oración del Islam en la mano derecha del plenamente iniciado. Las cuentas simbolizan el hecho de que cada respiración se ha vuelto equivalente a la repetición de uno de los bellos nombres divinos, el hecho sorprendente de la iniciación en que el derviche ha sido transformado ante nuestros ojos en una persona de oración perpetua y de la remembranza divina incesante.

A continuación el Shêij, abriendo las palmas de sus manos, deja que de su corazón y sus labios broten espontáneamente palabras de plegaria llenas de Gracia, apropiadas para la elevación espiritual del iniciado, de acuerdo a las instrucciones de Allâh el Altísimo.

Se concluye esta larga oración suplicando al Altísimo que nuestro santo fundador Pir Nureddín Jerrahi fije su mirada espiritual en el corazón del derviche día y noche, llenándolo de la luz universal del Islam, que su santa madre Amina Teslima transmita su pureza y santidad al derviche y que el representante de Pir Nureddín para la humanidad moderna, Muzaffer Ashki, colme el corazón del derviche con el exquisito vino del Amor.

El nuevo derviche así investido besa la mano del Shêij como si besara la mano del fundador y del Profeta; luego se levanta y da los mismos cuatro pasos hacia atrás, empezando con el pie izquierdo. El pie derecho simboliza la Ley Sagrada, el izquierdo el Sendero Místico. La atmósfera se ha vuelto ligera, gozoza e informal. Explico a nuestro hermano o hermana que esos nobles cuatro pasos no son una regresión o retirada, que ninguna de las riquezas adquiridas en los cuatro pasos se pierde, sino que, es simplemente un retorno a su situación existencial para realizar y actualizar estos sublimes regalos que desde el centro de su ser permanecen irradiando. No entramos en el camino místico para involucrarnos en una fantasía religiosa sino para llegar a ser más realistas, más libres del autoengaño, más impecables con respecto a la Verdad. Pido después a toda la comunidad que abrace al nuevo derviche —o derviches, ya que en ocasiones, varios familiares o amigos dan los cuatro pasos juntos, entrelazando los brazos para darse mutuo y amoroso apoyo, con los corazones fundidos en el bello estado espiritual de la eterna compañía. En los círculos musulmanes tradicionales, las hermanas abrazan a las hermanas, mientras que los varones felicitan a los varones. Pero entre los derviches norteamericanos y mexicanos, estas restricciones inculcadas culturalmente, con frecuencia son difíciles de imponer. Después de todo, los derviches son una familia, hay risas y llanto. El brillo de la luz divina en el rostro del nuevo derviche es un hecho empírico innegable.

LOS SUEÑOS

La enseñanza más íntima en nuestra orden derviche, llega a través de sueños espirituales y su interpretación inspirada. El Shêij no se ocupa de los sueños psicológicos, aquellos que meramente alivian el estrés; tampoco existe un simbolismo fijo en los sueños. Dos derviches acudieron una vez a nuestro gran Shêij anterior para relatarle el mismo sueño —que subían a un minarete y hacían el llamado a la oración.

Al primero, el inspirado intérprete comentó: «Prepárate, porque vas a hacer la Peregrinación a la Meca». Al segundo le dijo: «Has tomado algo que no te pertenece. Devuélvelo a su dueño».

Antes de tomar la mano, el aspirante a menudo recibe un sueño que es indicativo del permiso divino, y en algunos casos la insistencia de Allâh para ello. Después de la ceremonia, generalmente se tiene un sueño que confirma que ésta ha sido aceptada por Allâh. En el contexto de la espiritualidad islámica, ningún rito sagrado se considera automáticamente efectivo. Más bien, uno debe buscar y esperar señales de que Allâh, el Altísimo, esté complacido.

Una de las enseñanzas fundamentales, compartida por las diferentes líneas de iniciación que forman el Árbol del Taríqa, se refiere a los siete niveles de la conciencia. Bajo este clarísimo análisis, las enseñanzas esotéricas del sufismo islámico quedan firmemente establecidas.

No es preciso consultar los textos antiguos para descubrir la sabiduría perenne del sufismo. Este mapa esotérico de la conciencia fue transmitido con exactitud inequívoca en un sueño espiritual concedido por Allâh, a través de las bendiciones de Pir Nureddín Jerrahi, a una privilegiada niña mexicana de doce años. Junto con sus padres y hermano menor, Rajima había tomado la mano más o menos un año antes del extraordinario sueño.

Cuando visitaba la Mezquita Amina, la Mezquita de la Madre del Profeta en la ciudad de México, en donde funciona nuestra orden bajo la dirección de Amina Teslima al-Jerrahi, mujer de grandes dotes espirituales y dedicación admirable, tuve el honor de interpretar este sueño. En mi papel de guía, he escuchado miles de profundos sueños en los últimos once años, y éste ha sido uno de los más asombrosos. Rajima, con la imaginería natural propia de su edad, describió con exactitud la más sofisticada enseñanza del misticismo islámico.

Al escuchar a su padre hacer la traducción del sueño de su hija al inglés, empecé a darme cuenta del inmenso regalo que éste era para la orden, ya que los tesoros espirituales y su interpretación pertenecen a la comunidad. La poderosa bendición de un sueño místico no es sólo para el soñador; el poder curativo, integrador e iluminador del sueño beneficia a toda la humanidad. Creo que el bendito sueño de Rajima sobre los siete niveles de la conciencia es patrimonio de todos los amantes de la Verdad en todo el planeta y su efecto se extiende hasta el distante futuro.

Rajima soñó que era guiada por alguien a quien no reconocía por una gran casa de siete pisos. En el primer piso no había en absoluto signos de que estuviera habitada, ni huella alguna de refinamiento humano. El lugar ni siquiera se mantenía limpio. El segundo piso era una morada extremadamente sencilla, con el piso de madera desnudo, una cama, una silla y una mesa. Estaba limpio y era agradable dentro de su modestia. El tercer piso era un hogar muy confortable, según los estándares modernos. Había tapetes, radio, televisión, refrigerador y otras cosas.

Cuando fue llevada al cuarto nivel de conciencia, Rajima quedó azorada al encontrar un brillante palacio, con pisos de mármol, techos altos, grandes espejos enmarcados, hermosos muebles y preciosos vasos antiguos, así como otros objetos de arte. En este punto de la narración del sueño, comencé a darme cuenta de ciertos misterios del camino espiritual, que hasta entonces habían sido vagos para mí, estaban a punto de desplegarse en imágenes simples y dramáticas. Todos los presentes entraron en un suave estado de éxtasis —lo cual es un regalo del cuarto nivel— mientras Rajima continuaba hablando serena y confiada, libre de cualquier inhibición.

Cuando fue guiada al quinto piso, encontró la oscuridad total, inundada por música profunda y retumbante que a ella, a su tierna edad, le pareció más bien inquietante. Cuando fue llevada al sexto piso, encontró un espacio vacío, alumbrado con velas. Un círculo de derviches vestidos de blanco, sentados en pieles de oveja y entregados a la antigua ceremonia de la Remembranza Divina.

Al llegar al séptimo piso Rajima entró en una habitación inundada por la luz del sol, con grandes tragaluces, y llena de frondosas plantas. No había personas, ni señales de que el lugar estuviera habitado. La luz dorada y el verde oscuro de las hojas creaba un sentimiento expansivo y jubiloso. De repente, una de las plantas la alcanzó y enredándola entre sus ramas por la cintura, la arrojó con suavidad por una ventana abierta. Cayó con suavidad en la tierra, aterrizando sobre sus pies.

Casi como una idea tardía, Rajima mencionó que su guía la llevó de regreso por la misma estructura, a través de las siete dimensiones varias veces, de modo que veía con claridad cada uno de los niveles. Al final de cada recorrido era nuevamente lanzada por la ventana. Al preguntarle cuántas veces había ascendido esos pisos, después de pensar cuidadosamente durante un momento, replicó sin dudar, «cuatro veces».

La interpretación de este sueño puede ser muy extensa. Di un seminario en la ciudad de México sobre los siete niveles de la conciencia, en el que hablé de este sueño durante horas. El primer nivel es el «yo dominante», base de la agresividad, la territorialidad y la urgencia violenta de sobrevivir que amenaza seriamente la coherencia de nuestra calidad de personas, nuestra sociedad y nuestro planeta. No hay nada intrínsecamente humano aquí. No hay posibilidad de hospitalidad. No hay ni siquiera la limpieza esencial para la dignidad humana. Aunque la mayoría de los seres humanos experimentan desconcertantes vislumbres de este ego dominante, muy pocos están centrados por completo en este nivel. Sólo de los criminales de guerra y otros enemigos de la humanidad puede decirse que viven en este primer nivel de conciencia. Sin embargo, no hay nada intrínsecamente malo en él. Provee un sustrato biológico para la realidad humana. A través de esta conciencia, los pulmones respiran y late el corazón.

El segundo piso en el sueño representa el «yo crítico». La mayor parte de la humanidad está en este nivel en donde los refinamientos humanos básicos comienzan a aparecer. Inútil es decir que esta imaginería del sueño no tiene nada que ver con la situación social o la riqueza. Hay quienes viviendo en palacios presidenciales, ocupan el piso sucio del primer nivel de la conciencia, mientras que otros que viven en chozas de techo de paja, disfrutan del glorioso palacio del cuarto nivel de conciencia.

La crítica que realiza este segundo nivel del yo es la crítica del ego dominante, la crítica de los impulsos egoístas. La búsqueda que se lleva a cabo aquí es la de los valores verdaderamente humanos, de caminos disciplinados de vida. Hay muchas dimensiones dentro de este segundo nivel de conciencia, pero todas son esencialmente positivas, honorables y evolutivas, con excepción de las que sigan dominadas por el primer nivel, ya sea en forma evidente o sutil.

El tercer piso de esta estructura de conciencia es el cumplimiento de nuestra humanidad. El potencial humano se despliega armónicamente. Acaso la mayoría de los seres humanos alcanzan regiones más elevadas del segundo nivel, pero sólo personas excepcionales y de buena voluntad quedan establecidas en el tercer nivel. Aquí, los ideales religiosos y éticos se hallan en plena floración. Este nivel del desarrollo o del despertar a nuestra verdadera naturaleza, es la base actual de nuestra civilización —educación, arte, ciencia. Los buscadores sinceros del segundo nivel reciben ciertos vislumbres del tercer nivel, pero lo que cuenta para el desarrollo evolutivo es saber en dónde se enfoca principalmente la conciencia. En el lenguaje sufi tradicional, el tercer nivel se denomina: «yo satisfecho».

Sería pertinente preguntarse, ¿Cómo puede haber niveles más altos que este cumplimiento de la aspiración humana a una existencia óptima, civilizada? Los cuatro niveles superiores son la fruición del camino místico de retorno. No son, estrictamente hablando, parte del potencial y esfuerzo humano. Son la clara manifestación de la Realidad Divina a través de la realidad humana.

Generalmente es preciso alcanzar el tercer nivel de conciencia para recibir una auténtica iniciación en una orden mística. Si no es así, la persona puede ser elevada hasta el tercer nivel por la gracia divina, a través de la iniciación misma. Cuando se alcanza el cuarto nivel, los atributos divinos comienzan a manifestarse directamente, enbelleciendo al ser humano. En el sueño de Rajima, esto está simbolizado por las refinadas obras de arte que se encuentran en el cuarto piso de la casa. Tales manifestaciones no son, sin embargo, producto del trabajo o del esfuerzo humano. La transición al cuarto nivel ocurre por lo general inmediatamente después de la muerte física, en el reino de la conciencia del Paraíso. Los verdaderos místicos son los únicos capaces de generar la suficiente intensidad espiritual para entrar tanto a este nivel como a otros más elevados durante la experiencia terrena. Una vez más reconocemos que algunas personas que gozan de dones especiales, cuando se encuentran en el tercer nivel o incluso desde el segundo, pueden reconocer gloriosas vislumbres del cuarto nivel de conciencia; pero el quedar establecidos en él pertenece por completo a otro orden de experiencia. Ni siquiera todos los miembros de una orden mística llegan a establecerse en el cuarto nivel, que en el lenguaje místico tradicional se llama «yo tranquilo».

El quinto nivel es el de la unión mística. En él ya no operan modos finitos de pensamiento; de ahí el símbolo de oscuridad total. La música atronadora en el sueño representa la resonancia divina de la cual toman forma los universos y en la cual la existencia finita desaparece otra vez. Este fue el único piso en la estructura del sueño que causó a Rajima inquietud y preocupación, porque esta negrura radiante es la más alejada del nivel ordinario de la experiencia. En el lenguaje sufi, el quinto nivel se llama el «ser pacífico».

Si correlacionamos los siete niveles con los cuatro pasos, sharí’a sería el tercer nivel, taríqa sería el cuarto y jaqíqa el quinto. Los dos últimos niveles de conciencia son una expresión de marífa, la asombrosa dimensión de manifestación espiritual que está más allá de la unión mística. En el quinto nivel, sólo existe la Verdad y su resonancia creativa. En el sexto nivel, la Realidad Divina se manifiesta una vez más, no ya a través de hermosos objetos de arte, como en el cuarto nivel, sino a través de la prístina forma humana simbolizada por el círculo de los derviches. Una buena noticia sorprendente anunciada por el sueño de Rajima es la confirmación de que la antigua ceremonia del dhikr, llevada a cabo tradicionalmente a la luz de las velas, brinda a los derviches en el círculo un vislumbre del sexto nivel, aún cuando la mayor parte de ellos pueda no estar establecidos en el cuarto nivel. En el precioso sacramento del dhikr, energías divinas esenciales descienden de hecho dentro de los corazones y también de los cuerpos de los derviches. La Realidad divina se hace visible y experimentable a través de la realidad humana.En la terminología sufí el sexto nivel es el «yo completo».

El enigmático séptimo nivel de conciencia es un reino de brillantez, claridad y sutil sentido del humor. La forma humana ha sido trascendida incluso con el modo de pura expresión divina del sexto nivel. Así el séptimo nivel, de alguna manera se parece al quinto, aunque aquí la imaginería de luz y crecimiento exhuberante reemplace a la de la oscuridad mística. La persona humana de Rajima no tuvo permiso para permanecer allí, sino que fue sacada instantáneamente en una forma más bien ligera y graciosa. Mi Shêij Muzaffer Ashki solía comentar simplemente, «en el séptimo nivel de conciencia, si se imagina uno que existe, es idolatría».
Por el dinámico verdor y luz dorada de la Realidad Suprema toda posibilidad de percepción idólatra de la dualidad es arrojada por la ventana. Los colores en este séptimo nivel indican por qué Nureddín Jerrahi escogió como símbolo de su orden el turbante dorado envuelto en tela verde. El verde es también el color elegido del Bienamado Mensajero de Allâh. En términos sufis, el séptimo nivel recibe el nombre de «yo puro».

El hecho de que Rajima haya sido llevada a través de esta estructura simbólica del sueño cuatro veces indica que ella, aunque tenía sólo doce años, estaba en íntima comunión con el cuarto nivel de conciencia. A medida que crezca, tendrá que practicar la disciplina espiritual y experimentar una intensa añoranza espiritual para ser establecida de lleno en este cuarto nivel y progresar hacia los siguientes. Este sueño místico es una de esas raras obras del arte divino que se manifiestan en el palaciego piso de mármol del cuarto piso del sueño. Su guía desconocido era probablemente Nureddín Jerrahi, que su espíritu sea santificado, cuyo poder de interceder, por el permiso de Allâh en su presencia, abrió tiernamente el camino para este maravilloso sueño que se ha convertido en un canal de energía espiritual e iluminación para todos sus agradecidos hermanos y hermanas.

(Texto regalado a la comunidad de México por Shêij Nur, r.a., durante su visita en el mes de Ramadán de 1992.)